"Otto Vargas, secretario general del PCR, habló en el brindis del aniversario de la fundación del Partido, el 6 de enero de 1968."
Uno de los centros principales de la derrota del proletariado es China. Esos millones de obreros, ya privados de obras sociales, de seguro de salud, de jubilación, tienen que pagar para atenderse en un hospital, porque si no se mueren como perros en la puerta; perdieron todo eso que tenían en la época del comunismo –del “asesino Mao”, como dicen esas pavadas con que nos inunda la prensa burguesa todos los días–; hoy día esos obreros trabajan 12 o 14 horas, por jornales que apenas si les alcanzan para comprar tres modestas comidas en el día.
Por lo tanto ¿cómo no va a estar eufórica la burguesía con este mundo globalizado que teorizan los que escuchamos todos los días en la televisión?
Pero no sólo hay nuevos vientos con los hechos políticos que antes mencioné. También hay nuevos vientos porque empieza a haber una resistencia creciente, como estamos viviendo en la Argentina desde lo de subterráneos, telefónicos, el Garrahan, los chicos de los call centre y de los supermercados, etc. Comienza a haber una resistencia mundial, de la que los jóvenes franceses, en esa lucha histórica contra la precarización laboral, dieron un ejemplo a todos los trabajadores del mundo, e impidieron que se precarice más el trabajo en Francia.
Pero el centro de esta resistencia está en China, donde el ministerio de Seguridad –es decir, los datos son oficiales– daba más de 20.000 rebeliones, huelgas y acciones obreras, campesinas, populares en el 2004, algunas con ocupaciones de fábricas, ocupaciones de ciudades, enfrentamientos armados; pero en el 2005 fueron 84.000. El compañero Mariano Sánchez me recordaba que tuvo el honor de poder visitar Taching, que era el modelo industrial de la China de Mao, el centro de la producción petrolera de China. Con la nueva política, decenas de miles de trabajadores fueron a la calle. Pero después hubo una rebelión obrera que duró días, que se hizo dueña de la ciudad, y contra la que el gobierno chino tuvo que enviar no sólo policías sino al ejército para poder aplastarla y detener a sus dirigentes.
En Zhengzhou, al norte de Wuhan, una ciudad obrera, industrial, ha habido cantidades de luchas. Todos los 9 de septiembre, aniversario de la muerte de Mao, se reúnen los trabajadores en la plaza central de Zhengzhou –han sido reprimidos varios años–; allí cuatro obreros publicaron un llamamiento que circuló por toda China, titulado “Mao, nuestro líder para siempre”, de denuncia de los seguidores del camino capitalista a los que Mao Tsetung combatió, que se adueñaron de la dirección del Partido y del Estado, pasaron a nombre propio los bienes del Estado, y son parte de esa clase dirigente de la China capitalista e imperialista actual. A esos cuatro obreros los juzgaron, los condenaron a tres años de prisión, en medio de un gran movimiento de solidaridad en China –que acá no lo conocemos, pero que existe–. Junto con estas luchas –muchas de ellas con ocupación de empresas, o de ciudades como en el caso de Taching–, y cortes de ruta –ahí está bastante extendida esta modalidad argentina y boliviana–, hay una proliferación de centros de estudio de las obras de Mao, legales algunos, clandestinos otros; casas de té donde se cantan las canciones y se pasan las películas de la Revolución Cultural. Millones de personas –me decía un compañero que acaba de volver de China– llevan el distintivo de Mao, para mostrar que son maoístas. Por eso tienen razón algunos capitalistas que dicen que el eslabón débil del sistema capitalista actual, o uno de ellos, es China.
Reaparece con fuerza ese maoísmo que habían dado por muerto. También hubo una carta a Hu Jintao, de veteranos del Partido, del Ejército y de la intelectualidad, planteando prácticamente lo mismo que la declaración de los “cuatro de Zhengzhou”, y que también recorrió toda China. Caravanas de jóvenes marchan a Zhengzhou a llevar su solidaridad a los detenidos.
El maoísmo al que daban por muerto, está vivo. No sólo está vivo en China: en Nepal, el 70 por ciento del territorio ha sido liberado por la guerrilla maoísta que obligó al rey, sobre la base de una gran movilización popular, a llamar a una Constituyente. Continúa la lucha armada en la India y en Filipinas. Se fortalece el Partido de Indonesia. Se han fortalecido los partidos que integran la Conferencia Permanente de Partidos Marxistas Leninistas (de los que la mayoría son maoístas), Conferencia de la que somos co-fundadores. Y hace poco hemos realizado acá en la Argentina una reunión de partidos y organizaciones antiimperialistas de América Latina, donde comprobamos que los partidos maoístas también se fortalecen en nuestra región.
Es decir que el maoísmo al que daban por muerto, está vivo. Y éste, compañeros, es nuestro mayor orgullo: el haber levantado las banderas del marxismo-leninismo y del maoísmo cuando todo eso se derrumbaba; en un momento no se veía ni una luz en ninguna parte –como se dijo durante la reacción contra la Revolución Francesa–, donde parecía que todo se había terminado.
Nosotros levantamos esas banderas. Cuando fundamos el Partido, cuando fuimos a China y establecimos relaciones como partidos marxistas leninistas hermanos. Estábamos allí con el compañero Gody Álvarez, le dijimos a los compañeros chinos: “nosotros no somos oficiales, somos suboficiales nomás, cuanto más sargentos: estamos tratando de organizar una fuerza revolucionaria en la Argentina”. Y Ken Piao, uno de los principales cuadros maoístas del CC del PC de China, nos dijo: “no, ustedes son oficiales, porque son marxistas-leninistas”. (Yo para mis adentros pensé entonces, y sigo pensando hoy, que éramos solamente suboficiales).
Hemos cometido muchos errores, porque sólo no cometen errores los que no hacen nada. Y hemos tenido aciertos. Pero hay algo de lo que estamos orgullosos: que hemos mantenido en alto y hemos defendido las banderas del marxismo-leninismo, el maoísmo, los principios de Mao Tsetung. Y hoy día ese es el mayor orgullo de nuestro Partido.
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